La circunstancia de estar a las
puertas de París, de que hoy sea 24 de agosto, y de que el tiempo haya virado
bruscamente y esté lloviendo desde anoche, convirtiendo los campos en
barrizales, tal como ocurrió este mismo día en 1944, me hace evocar la historia
de aquel puñado de españoles integrantes de “la nueve”, la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de Leclerc que
se lanzaron sobre París para auxiliar la rebelión que se había desencadenado
pocos días antes y que estaba a punto de sucumbir por falta de municiones.
Un largo periplo había llevado hasta
allí a aquellos soldados, combatientes por la República española que
sufrieron la derrota y el terrible éxodo de la retirada hacia la frontera
francesa en marzo de 1939; que fueron humillados como ganado en campos de
concentración, de los que se evadieron alistándose en compañías de trabajo o en
la Legión
extranjera francesa, tras lo cual participaron anónimamente en todas las
batallas decisivas que libró el ejército francés desde entonces: ellos fueron
de los primeros en combatir en Narvik en 1940, donde derrotaron a los alemanes;
camino de Dunkerque las compañías de trabajadores españoles recompusieron sus
cadenas de mando, se armaron con el material abandonado en la desbandada
general y se retiraron combatiendo, y aunque nadie se preocupó de embarcarlos
rumbo a Inglaterra, muchos se las apañaron para colarse haciéndose pasar por
soldados franceses (de hecho, el último barquito que arribó a la pérfida isla
era de españoles, que habían reparado precariamente un bote acribillado a
balazos y un gallego había sido capaz de improvisar una vela…)
Cuando en Londres apenas medio
millar de soldados –pues muchos más, franceses, pidieron ser desmovilizados y
repatriados- aclamaron a De Gaulle tras su famosa proclama del otoño de 1940
(“la guerra no ha terminado”), sépase que un número importante de ellos eran
españoles, que allí estaban salvando el Honor ajeno.
Siguieron a la Francia Libre , sin ningún
derecho a que les fuera reconocido un status
propio –como tenían los polacos, los checos, los belgas…-.
Dio igual, ellos se lo ganarían
con su coraje. Una pena que la
República francesa haya tardado tanto en reconocerlos.
No se perdieron una. Lucharon en los
peores sitios consiguiendo éxitos para la Francia Libre : allí
estaban, en el campo atrincherado de Bir Hakeim en 1942, protagonizando una
épica resistencia que paró los pies por vez primera a Rommel, reventando los
panzer con botellas de gasolina una vez agotaron la munición para sus viejos
cañones soixante-quinze (los 75 de la
Gran Guerra ), como habían aprendido a hacer
en la guerra de España.
Y todo para que se salvara el
VIII Ejército inglés, que no acudió en su auxilio.
Cuando les dijeron que podían
cesar la resistencia lograron romper el cerco alemán por sus propios medios,
marchando toda la noche a través de los campos minados.
Así que cuando Leclerc decidió
desobedecer expresamente las órdenes del general Omar Bradley y lanzar una
compañía sola para que entrara en París en apoyo de los desfallecientes
resistentes, no dudó: iría la nueve.
Al mando de esta díscola compañía
española había puesto a un tipo duro, a su mejor chef d’esquadron, Dronne, que se entendía muy bien con aquellos
soldados: no en vano había luchado también como voluntario en la Guerra civil.
Sépase también que el camino
hacia París no fue un camino de rosas. Los alemanes estaban bien atrincherados
en los cruces y puntos clave, donde habían situado sus temibles cañones de 88 mm . Sólo el 24 de agosto
la 2ª DB sufrió la friolera de 71 muertos y 225 heridos, y 35 blindados y otros
117 vehículos fueron destruidos. Cuando la nueve entró en París sólo le
quedaban 3 Sherman, el resto eran semiorugas (los famosos half-track americanos).
La entrada en el centro de París
fue apoteósica, pero durante años los semanarios franceses manipularon las
fotos para que no se vieran los letreros rotulados en los half tracks, que delataban la verdadera nacionalidad de sus
ocupantes: “España Cañí”, “Teruel”,
“Belchite”, “Rosita”…
(Dronne llevaba rotulado en su
jeep Willys: Mort aux cons ! (Muerte
a los gilipollas!). Cada vez que se tropezaba con él, Leclerc sonreía y le
decía: “Dronne, ¿por qué quiere vd. matar a todo el mundo?”)
Alguien ha descrito la peligrosa
situación en París aquél 24 de agosto como la overtura de una ópera: montones
de gente entusiasmada hasta el delirio; de pronto violentos tiroteos que la
dispersaban como por ensalmo; los párrocos movilizados desde la radio de la
resistencia hacían tañer todas las campanas de París, silenciosas desde hacía
cuatro años, incluidas las grandes de Nôtre-Dame; aquí y allí grupos que se arrancan
a cantar La Marsellesa ,
cuya letra insufla coraje para hacer frente a los francotiradores:
“… que la sangre
impura riegue nuestros campos”
En medio del caos de este día, el
gran escritor Albert Camus intenta componer el editorial para Combat, el periódico clandestino de la Resistencia , en el
cuchitril que le sirve de redacción. Y entonces todo lo que lleva vivido en los
años de peligro, privaciones y silencio; y en los últimos agotadores días sin
sueño, un cóctel hecho de abnegación, drama y euforia; todo cristaliza en una
frase genial, una frase que a mi juicio sirve de epitafio para aquellos
españoles de La Nueve :
“La grandeza del hombre estriba en su decisión de ser más fuerte que su
condición”
Hoy en mi mesa brindo por ese
puñado de soldados.
Muy buen artículo!
ResponderEliminarUn relato magnífico. Gracias!
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