miércoles, 13 de julio de 2011

#spanishrevolution


La muerte de nuestra economía no por anunciada es menos muerte. Pero la permanente situación de invertebración social que padece España se ve por eso aún más agravada, de un lado, por el discurso manipulador y recurrente de los partidos políticos, y de otro, por lo que podríamos denominar síndrome borrador de las relaciones causa-efecto que tiene la política de las Comunidades Autónomas. La opinión pública se traga fácilmente el anzuelo de que de todo lo malo es responsable el gobierno de España, y todo lo bueno se debe a los gobiernos autonómicos.

Esto es particularmente cierto en lugares donde se evoluciona peligrosamente hacia la autocracia, hacia un simulacro de democracia, vgr. Valencia y Murcia. En el ámbito de las ciudades medianas, Cartagena es otro modelo de poder autocrático, donde incluso los partidos de la oposición hace tiempo que no quieren alcanzar el poder.

Tan cierto es ésto que las pasadas elecciones autonómicas y locales han renovado con reforzadas mayorías en multitud de ayuntamientos a los partidos, singularmente al Partido Popular, cuyos ediles están procesados por casos de corrupción, y en otros muchos donde, a pesar de no existir tales procesamientos, la corrupción es moneda corriente y bien conocida de la población.

En apariencia, nadie se plantea modelos, ni existe conciencia de lo que se ha ganado en relación a todo lo que se ha destruido.

Remedia amoris es el título de un delicioso librito de Ovidio, los remedios para el que padece el mal de amores. España está estos años enjugando su mal de amores, pero el suyo fue el amor de Narciso contemplándose en el agua del estanque. Ensimismada, sin pensar en los demás; todo el mundo contaba con hacerse rico de una u otra manera, como si eso fuese lo más natural de mundo.

Porque de repente todos dejamos de ser personajes de Unamuno, tan de chaleco negro y camisa blanca, tan unidos a nuestro destino trágico. Al fin y al cabo, si en España hubo algo peculiar es que aquí ni nació el capitalismo ni se creyó nunca en él (empezando por la Iglesia y acabando en el jornalero cenetista). España en su cénit proponía al mundo la quimera de la Monarchia Hispanica católica y sus mujeres parían buenos soldados y buenos escritores; también parían heterodoxos geniales, que postulaban otra fe u otra realidad, pero a estos se les deparaba el presidio, la hoguera o el exilio. Mientras tanto holandeses y anglosajones sentaban con sus Compañías de Indias el principio de las grandes corporaciones mercantiles que hoy detentan el poder mundial.

Dejamos de ser personajes dramáticos y nos convertimos en personajes de una película de Almodóvar: histéricos, inconsistentes, muy fashion, parlanchines. Ya no nos identifica esa enjuta figura que, digna y dramática, se recorta en el horizonte legendario de la llanura: ahora somos o queremos ser en las ocurrencias de un protomarujón.

Pero hablábamos de remedios, y no está de más analizar éstos.

Los papeles de wikileaks tienen mucha importancia. Deberíamos de mantener vivo el recuerdo de este chaparrón de sinceridad sucia.

Ha sido como si Occidente se hiciera el sepukku y brotaran de repente todos sus intestinos humeantes y malolientes. La comparación es oportuna si se está al tanto de algunas sublimidades niponas: para el japonés tradicional, la sinceridad radicaba en el bajo vientre: y ciertamente, aunque pensemos, comamos, bebamos y besemos con la cabeza, finalmente todo el placer de excretar y follar radica en el vientre. Ningún sacrificio era pues más generoso que eventrarse.

Los papeles de wikileaks quedarán para la posteridad? como el verdadero zeitgeist de nuestra época, de esta fase tan apoteósica como decadente del capitalismo.

Pues ya nadie podrá cuestionar que por debajo de las grandes frases y discursos, de la invocación de los más nobles principios, no hay sino una profunda abyección: la inmoralidad del capitalismo desnudo, el egoísmo de unos pocos y una ambición sin límites.

Y ojo, que no vale ese argumento de que siempre fue igual: ni fue igual ni da igual. Para que el fatum exista hay que creer en su influencia -cosa idéntica acontece con los dioses.

De repente los gurus repiten que EE.UU. continuará liderando el mundo, y que Europa se va a quedar sola si no invierte en el nuevo eje Pacífico (lo decía Garrigues Walker, el abogado hispano-yanki que tiene él solo más abogados empleados que la mayoría de los Colegios de Abogados de España). Que en Europa no hay liderazgo, y que se va a quedar pobre y bella -por sus monumentos-.

Habría que analizar estas palabras, pues a lo mejor tienen un sentido más profundo del que parece.

Durante varios siglos el capitalismo tuvo como herramienta al sistema democrático: pues el logro de la combinación democracia/capital fue la eclosión de la sociedad de consumo.

No existe ninguna razón para que esto siga siendo así.

El experimento de China es tan exitoso que cabe pensar que el capital ya ha encontrado su modelo ideal, un modelo menos molesto que el de las opulentas sociedades del denominado primer mundo, pioneras en discutir el pensamiento único.

Cabe conjeturar que el próximo modelo que postula el capital es esa síntesis hegeliana entre sociedad de consumo y dictadura comunista, en suma entre dos modelos de corrupción.

Todas las herramientas para una alienación global han sido implementadas, desde las tecnológicas hasta las farmacológicas. Las grandes alegorías de la dictadura perfecta que nos anticiparan Aldous Huxley y George Orwell son una realidad muy próxima.

Pero nos encontramos poco dispuestos a romper la cadena de la sumisión, a salir a la calle, a pintar en las paredes qué no nos gusta, quién es un ladrón (por lo demás las paredes están ensuciadas con pintadas ilegibles cuyos autores son una legión de necios de no sé qué tribu urbana: muchos ayuntamientos, claro, ya los consideran una manifestación “cultural”).

Preferimos cumplir el siniestro ritual de llegar a casa y encender la TV o el ordenador, incapaces de afrontar el quedo rumor del silencio, de nuestra existencia que pasa hasta vaciarse como en un mar, como sentía Tomasi di Lampedusa.

Lo decía Nietzsche: nos transmite más enfermedades nuestra opinión pública que nuestras mujeres públicas (Unzeitgemässe Betrachtungen, “Consideraciones intempestivas”, 1873). Cabe añadir que contra la primera no poseemos un remedio tan popular y barato como el preservativo.

En este caso, quizá lo más saludable sea el no hacer: si no ir de putas es un buen sistema para no contraer sífilis o SIDA, no comprar la prensa y sobre todo, no ver la televisión, son un buen medio de hablar un poco más reflexivamente: si de paso lo comentamos con los demás y ostensiblemente no decimos lo mismo que nuestros listorros de los media creo (pienso incluso) que empezaremos a hacer algo interesante (este adjetivo les encanta a los norteamericanos) y útil para la república.

Ya tenía escrito todo lo anterior cuando, de repente, ha estallado el movimiento 15M, y a pesar del desalentador y previsible resultado de las elecciones, algo maravilloso ha sucedido: una respuesta inesperada, un error del sistema, un virus que se expande; y a pesar del desabrido gesto de desprecio de los voceros de los neocons, caínes sempiternos, éste, el pueblo, ha encontrado su salida a la luz, ha brotado como un manantial.

Mantengamos #spanishrevolution en las redes sociales, pero sigamos también saliendo a la calle, hablemos, toquémonos, mirémonos a los ojos sin intermediarios.

jueves, 3 de marzo de 2011















Réquiem por las Cajas de Ahorro o la nueva historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

La historia de las últimas décadas de las Cajas de Ahorro españolas es una historia muy corriente: imagínense a un chico de provincias, un poco pacato, de los que van a misa los domingos y fiestas de guardar, que guarda en su alcancía el dinero que le dan sus padres y sus tíos, que hace los deberes todos los días, etc. pero que cuando empieza a salir de noche se siente acomplejado porque se ve poco mundano.
Y entonces se echa unos amigotes, unos señoritos muy simpáticos, con mucha pasta y muy sofisticados, que le dicen cómo debe de vestir, que le exhortan a que gaste mucho más de lo que gasta, le dicen que no se preocupe de nada y le inspiran confianza. Y al final a ese pobre chico lo pervierten, lo aficionan a los vicios y a las fulanas, se gasta lo suyo y lo del vecino, y cuando se ve al borde del abismo, se da cuenta de que se ha quedado solo, que sus amigotes de crápula tenían los riñones bien cubiertos y sobre todo, muchas influencias, mientras que él sigue siendo un pobre e ignorante provinciano.
Las Cajas de Ahorro todavía representan una peculiaridad de nuestro sistema financiero; en su día los barones de la banca se referían a ella denominándola anomalía, una anomalía que consiste en que una elevada cuota del mercado financiero español está ocupada por unas entidades que no pertenecen a nadie. Y se dice esto porque no tienen dividendos que repartir, no hay accionistas privados y no cotizan en bolsa.
Además, esos extraños seres sin dueño no tienen ánimo de lucro, tienen la obligación legal de destinar un porcentaje de sus beneficios a fines de interés social y cultural (por ley deben dedicar un mínimo del 50% de sus beneficios a un fondo para asegurar su solvencia y el resto a la Obra Social; normalmente, se destina entre el 60% y el 70% a dicho fondo) lo que hace que una parte del dinero que invertimos en ellas revierta al procomún, contrariando esa magnética propiedad del dinero que es la de acumularse en forma de capital y sustraerse a la redistribución de la riqueza.
Por esa razón, de un modo u otro desde el propio sistema financiero se incentivó a las Cajas a adoptar un rol que jamás había sido el suyo, y muchos directivos ambiciosos hicieron carrera usando de las cajas con esa falta de escrúpulos tan característica de la banca.
¿Y hoy toca financiar subprime? Nosotros los primeros, con la cuota más alta del mercado si hace falta.
Hace años me causó indignación que una conocida caja de ahorros ofreciera un fondo de inversión que la propia caja había fundado y domiciliado en la Isla de Gran Cayman.
Al director de la oficina le causaba extrañeza mi actitud, pero yo le insistía en que una entidad de interés social como una caja no podía invertir en un paraíso fiscal constituido no por las ansias nacionalistas de los habitantes de esa remota república, sino por el interés de los muy ricos por ser aún más ricos, por el interés de éstos en no pagar impuestos y en que grandes sumas de dinero se sustraigan a la redistribución de la riqueza y alcancen de paso la opacidad que ciertas operaciones inconfesables precisan.
Eso está bien para un banco, pero no era ético que una caja hiciera esas cosas.
Y en este seguidismo suicida está la clave de la ruina de las cajas, en haberse trasuntado en bancos, renunciando a ser un tertium genus dentro del sistema, con personalidad y objetivos propios y diferenciados. Y con su proyección local ¿por qué no? Esa es también una forma de descentralización.
Pero los partidos políticos también han puesto su granito de arena. Es un secreto a voces que debido al control que ejercen regionalmente en los consejos de las cajas, éstas se han dedicado a financiar a fondo perdido las campañas electorales, declarando luego fallidos los préstamos. O han financiado proyectos tan emblemáticos como ruinosos apoyados por los políticos regionales de turno. No pondremos ejemplos.
Sin duda este tipo de actividades han pesado, y mucho, en las cuentas de las cajas.
Pero vista la utilidad que éstas tenían para los partidos políticos, cabe preguntarse qué le habrá prometido la banca a éstos para que le hayan servido la cabeza de las cajas en una bandeja. Seguro que no ha sido la promesa de financiar conciertos, teatro o conferencias culturales.
Pues eso representa la reforma operada por el Real Decreto­ley 11/2010, de 9 de julio, de órganos de gobierno y otros aspectos del régimen jurídico de las Cajas de Ahorros, y las recientes medidas tendentes a acelerar el proceso de reforma. Con ésta se establecen una serie de cuestiones encaminadas, se mire por donde se mire, a privatizar a las cajas y convertirlas en bancos comerciales al uso:
-permite emitir cuotas participativas, es decir, acciones como en las sociedades anónimas, por un valor no superior al 50% del patrimonio de la entidad;
-establece la incompatibilidad de los cargos públicos electos para ser miembros de los órganos de dirección y se impide la participación de representantes de la administración ejecutiva en los órganos de gobierno de las entidades.
-las entidades podrán ejercer su actividad indirectamente a través de un banco y podrán optar por traspasarle el patrimonio sujeto a la actividad financiera, así como transformarse en una fundación renunciando a su condición de caja.
Sin duda esto es un remedio si se considera que el no ser de nadie es algo malo. Sin embargo, podemos objetar a tal planteamiento que lo que no es de nadie en realidad pertenece a todos, al procomún, así que esta peculiaridad de poseer unas entidades de crédito sin dueño es un bien en sí mismo que deberíamos preservar, aunque propugnando que estas entidades, en vez de tirarse sin paracaídas siguiendo a la banca en sus maniobras, sean un modelo de banca social, un referente de transparencia, de buenas prácticas, que sirva para luchar eficazmente contra esa desvergonzada tradición asociada al sector de comisiones ilegales, cláusulas abusivas, etc. etc.
Y desde luego esto no se va a conseguir convirtiéndose en o perteneciendo a un banco.
Lo que también parece haberse olvidado es que miles de poblaciones de España, incluso ciudades de cierto tamaño, tienen una agenda cultural más que razonable gracias a las cajas de ahorro. Lo mismo cabe decir de proyectos de utilidad social de toda índole.
Un banco no es una ONG: ni tiene por qué ni va a dedicar un porcentaje apreciable de sus beneficios a proyectos sociales y culturales (aunque seguro que lo poco que inviertan lo venden muy bien, el marketing es lo suyo), así que la metamorfosis de las cajas traerá consigo una merma muy apreciable en este sentido.
Esto nos introduce a la segunda objeción que podemos formular contra la reforma: ¿Es que el modelo de la banca convencional va a remediar los problemas de las cajas de ahorro? Los promotores de la reforma parecen hacer abstracción de que es precisamente la banca la responsable de la crisis que hoy padecemos maniobrando con una irresponsabilidad criminal y lanzando a este país a una espiral monetarista que vamos a tardar muchos años en digerir, fundamentalmente porque las arcas del Estado han quedado exhaustas con la ayuda al sistema financiero (unos 150.000 millones de euros), lo que de paso constituye una infamia sin precedentes: en vez de depurar responsabilidades, en vez de investigar las causas de esa situación, se premia a sus responsables entregándoles el dinero de los ciudadanos.
Hoy se cuentan por cientos los empresarios que no pueden aguantar la situación, que deben despedir a sus plantillas, que no pueden pagar a sus proveedores, que tampoco pueden acceder al crédito, que no tienen dinero ni para plantear el concurso de acreedores. Esto le va a costar a más de uno la extensión de la responsabilidad de sus sociedades a sus propias personas, y por tanto su ruina más cierta, la pérdida de todo aquéllo por lo que han luchado.
Nadie les va a ayudar.
Su error es no ser bancos. Si se es banquero a uno no se le juzga: se puede actuar con total impunidad, haciendo bueno el dicho de que en España lo que es de tontos es hacerla pequeña, porque cuanto más gorda la haces, más impune queda. Los fiscales y la policía están demasiado ocupados persiguiendo a los ladronzuelos de poca monta mientras unos pocos nos traen la ruina.
Esos pocos tienen vocación de ser los únicos, y el mejor camino para lograrlo es la desaparición o desnaturalización de las cajas de ahorro. Esto restringirá la oferta, y por tanto la competencia, consagrando la tendencia al oligopolio que caracteriza al sector.
Pero como en España rige la más absoluta perversión de las cosas, en vez de solucionar el problema obligando a las Cajas a sanearse, sí, pero permaneciendo en el procomún, y aún reforzando sus consejos rectores con una mayor presencia de los impositores, a través de asociaciones de consumidores y otros operadores sociales, en suma, a ser ellas mismas y no a trasuntarse en bancos convencionales, se hace justamente lo contrario, es decir, se las va a convertir en bancos y se va a permitir su total privatización.
Esto es como si se hallase al buen Dr. Jekyll, y bajo la excusa de curarle por haber tomado la pócima que le convertía en el malvado Mr. Hyde se le diera un atracón de esa misma pócima, para estar bien seguros de que ya nunca más volverá a ser el Dr. Jekyll, y se quede ya para siempre siendo su malvado alter ego.
Me hubiera gustado escribir un artículo en un tono más amable, pero no puedo: los tiempos no son nada amables; diera la impresión de que los que nos gobiernan nos toman por una sarta de imbéciles.
Podemos augurar que en el plazo de unos cinco años no va a quedar ninguna caja tal como hoy las conocemos, al igual que en el mismo plazo es posible que nos falte un buen pedazo del estado del bienestar que aún hoy disfrutamos, porque es la misma corriente la que arrastra a la ruina a ambos. Pero recordemos que nuestra Constitución de 1978 aún proclama, anacrónica, en su artículo 1 que España es un Estado social y democrático de Derecho ¿Quién se cree ésto ya?