lunes, 8 de agosto de 2022

Sobre viejos fusiles, y sobre un error subsanable en la penúltima novela de Pérez Reverte

 





Estaba leyendo la penúltima novela de mi paisano, Arturo Pérez Reverte, Línea de fuego, ambientada en 1938, durante la batalla del Ebro.

Es sabido que el autor es sumamente preciosista en los detalles que podríamos denominar ‘de marca’, a fin de dar verosimilitud a escenas y personajes; esto es, sabemos que un oficial otea el horizonte con unos binoculares marca Zeiss o por el contrario, de una marca rusa de época; que el reloj de pulsera, la pluma, el tabaco, la pistola automática o la crema de afeitar son de una determinada marca, que realmente existían y eran habituales. El preciosismo es tal que, si uno repara un poco en él, se da cuenta de que esto importa más al autor que al propio personaje; pero con ello se retratan con precisión un lugar y época determinados.

Se trata de un recurso literario, y no de uno cualquiera; yo lo aprecio sobremanera, y pienso de inmediato en Truth of masks (‘La verdad de las máscaras’) de Óscar Wilde, un breve ensayo en el que, de modo magistral, se enfrentaba con Lord Lytton y una serie de críticos teatrales, a los que reprochaba su básica incomprensión de Shakespeare, quien cuidaba al máximo los detalles de vestuario en la mis en scène de sus obras, prácticamente todas ambientadas en el pasado. 

Shakespeare sabía perfectamente que la belleza del vestuario fascinaba al espectador, y se conservaban sus indicaciones escénicas para las tres grandes procesiones de su drama Enrique VIII, indicaciones extraordinariamente minuciosas en detalles como los collares del rey y las perlas en el cabello de Ana Bolena; y eran tan exactas estas indicaciones, que uno de los funcionarios de la Corte de aquella época, refiriendo en una carta a un amigo suyo la última representación de la obra en el teatro The Globe, se quejaba de su carácter realista y, sobre todo, de la aparición en escena de los caballeros de la Muy Noble Orden de la Jarretera, con sus mismos  trajes e insignias, cosa que tenía que poner en ridículo la ceremonia auténtica.

Wilde insistía en que no se trataba tanto de que Shakespeare apreciase el valor pintoresco de las bellas vestiduras como un añadido a lo poético, como de su importancia como medio de producir ciertos efectos dramáticos. Hasta los detalles más imperceptibles de la indumentaria, como el color de las medias de un mayordomo, el dibujo del pañuelo de una esposa, las mangas de un joven soldado, los sombreros de una dama elegante, adquieren en manos de Shakespeare una verdadera importancia dramática, y algunos de ellos incluso condicionan la acción de una manera absoluta.

Se pregunta Wilde acerca de la utilidad escénica de esa “arqueología”, como la tildó Lord Lytton (“extraño terror de los críticos”, le replicó Wilde), y se contesta retóricamente que única y exclusivamente es ella y sólo ella la que puede proporcionarnos la arquitectura y el aparato que convengan a la época en que se desarrolle la acción; en resumen, nos permiten contemplar épocas pasadas bajo su verdadero adorno.

No desvirtúa el argumento el que en un caso se trate de teatro y yo empezara hablando de novela,  porque en ésta el descuido, la infiltración de la contemporaneidad, en suma, lo anacrónico, puede convertir un relato de terror en una comedia… o al revés, que es casi peor.

¿Un ejemplo? Hace muchos años un escritor novel (que de ahí pasó con toda justicia al olvido) quedó finalista en un certamen de novela erótica, en la que una deidad vagamente mesopotámica (en torno al año 2.500 a.C.) se deleitaba comiendo tomates y arropándose con un edredón de plumas. Que los tomates no salieran de América hasta el siglo XVI no importó mucho al autor, que lamentablemente tampoco nos aclaró si habíamos de imaginar el modelo de edredón de Ikea o de El corte inglés.

Todo este excursus para decir que en la novela de Pérez Reverte la verdad de las máscaras alcanza al armamento usado en la batalla del Ebro, y aquí es donde la mayoría de los lectores se aburrirán o caerán en la decepción, pues comprendo que es materia que a pocos interesa, aunque se puedan contar algunas bonitas historias sobre el tema.

En suma, sobre el armamento usado en la batalla del Ebro, Pérez Reverte afirma con su aplomo habitual que los soldados republicanos usaban unos fusiles Mauser mexicanos viejos y malos (pág. 71). También habla de unos fusiles Mannlicher que estaban nuevos y flamantes, con su grasa de fábrica, y que eran muy apreciados.

Estas afirmaciones son incorrectas. El autor ha citado de oído, y al hacerlo ha cambiado unos fusiles por otros, y en un caso ha usado un juicio que se refiere no sólo a otro fusil, sino a otra época dentro de la misma guerra; cosa por otra parte excusable por el verdadero maremágnum de armamento de multitud de países que llegó de contrabando a la República, desafiando el embargo decretado por la Sociedad de Naciones.

Para empezar hay que decir que, en realidad, el Cuerpo de Ejército del Ebro fue una fuerza de choque muy bien pertrechada en cuanto a armamento personal y artillería, hasta el punto que, tras la caída de Cataluña, cuando sus restos en retirada se internaron en Francia y depositaron allí su armamento (para evitar que cayera en manos del enemigo), la cantidad y calidad de éste provocó el interés y aún la angustia del Estado Mayor francés, pues la abundancia de armamento moderno y sobre todo, de armas automáticas, ponía en evidencia las graves carencias del Ejército francés (carencias que pagaría un año después, en la dèbacle de 1940).

La decisión que tomó entonces el Estado Mayor, con Gamelin a su cabeza, y este es un capítulo desconocido en la historiografía de la Guerra civil, fue apoderarse de gran cantidad de aquél material llovido del cielo y distribuirlo en secreto tanto en unidades metropolitanas como en ultramar. Mucho material de guerra de la batalla del Ebro (no sólo fusiles) acabó luchando contra los alemanes en la Francia desesperada de 1940: autoametralladoras fabricadas por la Maquinista de Levante formaban la última línea de defensa del Loira ante el avance alemán, mientras los antiaéreos Oerlikon republicanos defendían los techos de Paris (ese material, luego capturado por los alemanes, se empleó contra los rusos en 1941); pero aún más, fusiles Mosin Nagant republicanos  se usaban contra los japoneses en Indochina poco después, y también contra los italianos en Djibouti, a orillas del mar Rojo… Investigué esta cuestión en archivos inéditos franceses, y algún día me animaré a publicar los resultados.

Volviendo a las afirmaciones de Pérez Reverte, los fusiles Mauser mejicanos que hubo en la Guerra Civil, ni eran viejos ni eran malos, sino exactamente todo lo contrario; el comentario sólo puede referirse a los Mauser paraguayos, que aunque no eran más antiguos (fabricados en torno a 1930), adolecían de defectos de construcción y sobre todo, estaban en muy mal estado tras ser utilizados en una sangrienta guerra, la del Chaco. Y por cierto, habían sido construidos en la fábrica de armas de Oviedo, pues se trataba de una exportación española al Paraguay, que ahora retornaba por necesidades de guerra.

Y en cuanto a los fusiles austro-húngaros Mannlicher, tampoco es cierto que estuvieran nuevos de trinca, ni que fueran un armamento apreciado; se trataba normalmente del modelo de 1895, y no venían de Austria, sino de Polonia y de la URSS, restos de la Gran Guerra. El comentario de Pérez Reverte hay que predicarlo de otros dos fusiles, casi idénticos, de gran calidad, y que llegaron directamente con la grasa de fábrica: los checos Vz24 y su versión polaca, denominada Wz29; en ambos casos se trataba de fusiles Mauser, y todavía hoy se consideran armas de una calidad excepcional. 

Por último, hay que decir incluso que, concretamente en la batalla del Ebro, posiblemente no hubo ni un sólo Mauser mejicano, y tampoco creo que hubiera demasiados Mannlicher. En las fotos, no se ve ninguno; en las relaciones de material capturado por los franquistas, o en el de material internado en Francia (éstas permanecen sin publicar pero las examiné, todavía en formato microfilm y con el sello en tinta de “Sécret” en los Archivos nacionales de Francia, en París), no aparecen ni unos ni otros.

Puede que el -a estas alturas, improbable- lector se pregunte que qué importará esto, pues para un lego un fusil de cerrojo es básicamente igual a otro.

Y se puede contestar que sí importa; primero, porque, de hecho, ni las armas ni los juicios son correctos. Y segundo, y mucho más importante, porque las armas le parecerán iguales al lector no interesado en ellas, pero la historia que llevan asociada es muy singular, tanto que desafía a la ficción, y aunque sea por respeto a esas historias, es bueno señalar el error.

Contemos brevemente les déssous sécrets de estas armas, y luego vuelven a juzgar si es irrelevante o no la cuestión.

Los fusiles mejicanos, y la sorprendente historia que nos pueden contar.

Como adelanté, se trataba de armas de excelente calidad, fabricadas entre los años 1929 y 1932, y no habían sido usados en conflicto alguno (luego en 1938 estaban totalmente nuevos). Méjico no tenía demasiadas existencias de armamento, pero el Presidente Lázaro Cárdenas simpatizaba con la República española, y los buenos oficios de un embajador excepcional, el catedrático Félix Gordón Ordás, hicieron el resto, de modo que se pudieron enviar a España veinte mil fusiles con sus bayonetas y unos dos millones de cartuchos. Estas armas eran externamente idénticas al fusil Mauser español, y además, del mismo calibre (7 mm.), por lo que resultaban muy útiles.

Con este material y otras muchas compras de armas y pertrechos de otras procedencias que pudo reunir Gordón, se cargó en Veracruz un vapor, el ‘Magallanes’, que zarpó el 23 de agosto de 1936, en medio de una agria polémica en prensa y radio, alimentada por agentes franquistas que intentaban sabotear la operación. Los estibadores aceleraron el proceso de carga y no sólo no cobraron, sino que se votó por unanimidad la donación de un día de su salario para que se comprasen y enviasen alimentos a la República. Al capitán del buque se le dio la orden terminante de mantener silencio de radio, dado que la marina franquista intentaba conocer su derrota para capturarlo. 

El buque, pues, se desvió al Sur, pasó cerca de Cabo Verde y Madeira, y cuando ya viraba en demanda del Estrecho de Gibraltar desde el Sur, observaron consternados que un buque de guerra se dirigía hacia ellos a toda máquina. Pasaron momentos de verdadera angustia, hasta que por señales intercambiadas en Scott entre ambos buques, resultó que se trataba del destructor republicano Sánchez Barcáiztegui, que describió un amplio círculo en torno al Magallanes, en medio de una gran explosión de alegría en ambas tripulaciones: había salido a su encuentro para servirle de escolta.

Aún hubo que atravesar el Estrecho de noche y sin luces, amenazados en todo momento por ataques nacionalistas (en dos ocasiones aviones alemanes e italianos les lanzaron bombas, sin éxito), pero lo lograron, arribando a Cartagena la tarde del 2 de septiembre.

Como epílogo, hay que decir que los 20.000 fusiles mejicanos se enviaron al Madrid sitiado y sirvieron eficazmente para detener la ofensiva nacionalista sobre la capital; otro número indeterminado, pero no muy numeroso de estos fusiles fue enviado al frente Norte, aislado, y fue usado por algunos batallones asturianos. Se conservan fotos de ellos, y luego aparecen en las listas de material capturado por los franquistas. Por eso decía líneas atrás que es harto improbable que ninguno llegara a Cataluña. 

Gordón Ordás sí mandó con el Magallanes algunos fusiles Mosin Nagant mod. 1891, resto de un pedido del gobierno del zar de todas las Rusias a las casas Remington y Westinghouse durante la Gran Guerra, que habían quedado sin despachar en Estados Unidos, y que acabaron en manos de las Brigadas Internacionales, quienes, conocedores de su origen, les llamaban con el apodo de “Mexicanskis”.

Y es que Gordón Ordás siguió buscando desesperadamente suministros para la República, no sólo de armas; en uno de esos viajes a países de Centroamérica llegó a sufrir un accidente de aviación, del que sobrevivió milagrosamente. Por su mediación Méjico envió toneladas de garbanzos que aún paliaron mucha hambre en la postguerra.

Pero la historia, que aquí no puedo contar en detalle, sigue desafiando la ficción, pues Gordón pasó a Estados Unidos haciéndose pasar por turista, en compañía de su mujer y de su hija, y en una verdadera road movie aún no demasiado conocida, recorrió aeródromos privados y contactó con marchantes de armas para comprar material de guerra, seguido de cerca por agentes franquistas que pusieron en peligro su vida, y a los que llegó a despistar recurriendo a argucias verdaderamente rocambolescas.

Todo lo que logró comprar fue enviado al puerto de Nueva York para ser cargado en otro barco, la motonave ‘Mar Cantábrico’, al tiempo que la presión internacional obligaba a votar en el Congreso el embargo de armas a la República.

La situación era verdaderamente angustiosa; los estibadores de Nueva York, cuyo sindicato apoyaba a la causa republicana, trabajaron de forma ininterrumpida día y noche en la estiba del buque, al tiempo que en el Congreso un representante por San Antonio (Texas) retrasaba el momento fatal de la votación, perdida de antemano, recurriendo a la argucia de hablar sin ceder turno de palabra, en uso de un curioso privilegio parlamentario norteamericano. Entretanto, en el puerto, los guardacostas zarpaban y tomaban posiciones para detener al Mar Cantábrico en cuanto se votase el embargo. 

Llegó un momento en el que el congresista cayó agotado. Justo antes, Serafín Santa María, el capitán del mercante español, decidido a no arriesgarse, y aunque quedaban algunos aviones desmontados pendientes de estiba, sin previo aviso soltó las amarras y salió a toda máquina del puerto de Nueva York, seguido de cerca por los guardacostas, que esperaban instrucciones por radio; la votación concluía en el Congreso justo cuando el Mar Cantábrico alcanzaba aguas internacionales, y con ello, la libertad. Era el 6 de enero de 1937.

Es una bella historia, pero tiene un final atroz.

El Mar Cantábrico continuó su viaje hasta Veracruz, donde cargó armamento y otras mercancías, y de allí zarpó hacia España el 19 de febrero. Gordón Ordás había dado la orden de guardar silencio de radio, en la medida de lo posible, y en caso contrario, facilitó una clave para cifrar los radiogramas. Pero imprudentemente, a mitad de viaje se lanzó un radiograma que fue interceptado por radiogoniometría; la inteligencia militar franquista pudo triangular la posición y anticipar la derrota del buque. A 115 millas de Santander, a mediodía del 8 de marzo, el crucero Canarias le cortaba el paso, y a pesar del intento del capitán de distraer la atención y escapar (portaba bandera británica, y en el casco se rotuló un nombre y puerto de matrícula falsos, Adda, Newcastle) unas salvas de artillería de aviso dejaban claro que el juego había terminado. 

El Mar Cantábrico fue escoltado hasta el puerto de El Ferrol, todo su cargamento fue apresado por los franquistas y, lo que es peor, en un burdo remedo de juicio, la tripulación fue juzgada por un tribunal militar, en sólo tres días, sin que el defensor nombrado por el tribunal (que ni siquiera era abogado) pudiera entrevistarse con los 45 acusados. Todos ellos fueron fusilados sin contemplaciones, incluyendo a los simples fogoneros o radiotelegrafistas, a un chico de sólo 17 años y a una mujer, esposa de un tripulante. También había varios ciudadanos mexicanos y uno norteamericano.

Hay que decir que el comandante del crucero Canarias abogó personalmente por el capitán Santa María, al que había dado garantías en su rendición y al que consideró un caballero, pero de nada sirvió, como de nada sirvió tampoco la apelación a la indulgencia del Caudillo, que, como es sabido, mientras desayunaba ponía el “visto” a decenas de condenas a muerte que al sátrapa eran elevadas, casi siempre en vano.

Y por último, hablemos de la confusión entre los Mannlicher y los Mauser Vz24 y Wz29.

Ya dije que los Mannlicher ni eran nuevos, ni fueron apreciados. Además, su munición era escasa, y no se fabricaba en España. Tampoco me consta que llegaran muchos a Cataluña.

Los primeros 10.000 arribaron a bordo de la motonave Hillfern en octubre de 1936, otros 3.000 en el Warmond en diciembre, y por último 7.000 más en enero de 1937, a bordo del Sarkani, cuyos talones de embarque especificaban “Mannlicher M95 rifles, old”. Que me conste, sólo se usaron en primera línea en el frente del Norte, donde siempre estuvieron más escasos de material.

Existe un relato muy interesante -y bien escrito- del comandante de gudaris Pablo Beldarrain, ‘El asalto al monte Intxorta’, donde cuenta lo mal que lo pasó el batallón 'Martiartu' y otras unidades que habían sido armadas con los Mannlicher: estaban en tan mal estado que para abrir los cierres algunos soldados tenían que golpearlos con una piedra. Cuando poco después pudieron cambiarlos por fusiles franceses o checos, llegaron a tirar los Mannlicher como si fueran chatarra.  

En cuanto a los fusiles checos, fueron sin duda los mejores empleados en la contienda, y como tales fueron apreciados en ambos bandos: los franquistas los incorporaban a sus propias unidades en cuanto los capturaban al enemigo. Su origen está también en los buenos oficios de un diplomático singular, al que conocemos todos los juristas: Luis Jiménez de Asúa, uno de los más ilustres penalistas españoles de todos los tiempos, y uno de los redactores de la Constitución de 1931. En 1936 se encontraba destinado en Ginebra, en la sede de la Sociedad de Naciones, y luego nombrado embajador en Praga por el gobierno de la República. Checoslovaquia poseía entonces una pujante industria armera, y era posible comprar armas allí, aunque había que buscar “tapaderas” para distraer el embargo decretado por la Sociedad de Naciones.    

No deja de ser curioso que este fusil, comprado por la República, llegara a formar parte de la iconografía franquista, pues aparece en todas las acuarelas y dibujos del mejor artista puesto al servicio de su propaganda: Carlos Sáenz de Tejada. No entendía la causa, hasta que ví una fotografía de un soldado posando en el estudio del artista, con un Vz24 en las manos; a buen seguro se debió a que le dejaron en depósito ese fusil, capturado al enemigo, para que le sirviera de modelo, como así hizo.

Como es de ver, en las historias asociadas a ambos fusiles habría tenido buen encaje Falcó, el agente secreto franquista creado también por Pérez Reverte, y en cualquier caso, me ha parecido muy conveniente relatarlas para insistir: los detalles importan, forman parte de la verdad de las máscaras, y los viejos fusiles, también.