martes, 31 de marzo de 2020

Casa Spottorno


Esta casa es contigua a la mía. Una casa antigua más, de ésas que en Cartagena han venido siendo demolidas a centenares con verdadera saña criminal... y no por los bombardeos de 1874 o de la aviación franquista, sino por la Sociedad Casco Antiguo de Cartagena, que ha hecho con el patrimonio de esta ciudad lo mismo que los bomberos de Fahrenheit 451 (la distopía de Ray Bradbury) con los libros: reducirlos a cenizas.

Pero a veces las viejas piedras nos hablan, y eso nos sirve para quererlas más.

Ésta es la llamada casa Spottorno, un bello edificio de estilo isabelino, que en la región de Murcia no es muy frecuente.

Fue construida por un patricio cartagenero de origen genovés, Bartolomé Spottorno, que aparte de sus negocios, era cónsul de varios países, entre los cuales figuraban Prusia y Dinamarca, relevantes para las breves noticias que aquí os voy a dar. Su hija se casaría con el célebre filósofo Ortega y Gasset.

La casa posee muy bellas estancias, entre las cuales un gran salón de baile con artesonados y paredes pintadas al aceite.

Estuvo muchos años cerrada y deshabitada, y a punto de ser derribada; yo conocía a sus antiguos dueños, que me permitieron recorrer a mis anchas el edificio en días tan inciertos. Afortunadamente hoy viven allí personas amantes del patrimonio que la han ido restaurando primorosamente.

Bartolomé Spottorno fue uno de los primeros introductores de la música de Wagner en España, y daba conciertos en sus salones, los más reputados de la ciudad en su época, y a los que habitualmente acudían ilustres invitados; entre ellos estuvo el Gran Duque Alejo, hijo del zar Alejandro II, que visitó la ciudad con una flotilla de buques de guerra.

Otro ilustre visitante de esta casa fue Hans Christian Andersen, que al llegar a Cartagena en septiembre de 1862 lo primero que hizo fue ir a ver a D. Bartolomé, que para eso era su cónsul, como relata en la memoria de su viaje por España. Se hospedó al lado, en el hoy desaparecido Hotel de Paris, en la Plaza del Ayuntamiento, al que mi bisabuelo, négociant francés, surtía de barricas de genuino vino de Burdeos.

(Andersen deseaba ardientemente visitar España, cosa que hizo ya con los 58 años cumplidos. Tenía esa ilusión porque de niño conoció a los soldados españoles del Regimiento del Marqués de la Romana que estuvieron varios años en Dinamarca, y cuya memoria ha sido muy perdurable: congeniaron tan bien con la población civil que a ellos se sigue atribuyendo el que haya daneses de pelo oscuro; fueron los primeros hombres a los que allí se viera fumar cigarrillos, que ellos mismos se liaban; cuando se ordenó su repatriación algunos desertaron y se casaron con danesas. Andersen recordaba de su niñez a uno de esos soldados, que le cogía en brazos y le hacía besar una medalla que llevaba con una cinta al cuello...)

Hoy, en los bajos del edificio existe una bonita cafetería, llamada "El soldadito de plomo" en memoria del escritor, un lugar distinto, entrañable, donde se puede hablar, escuchar música, se ofrecen charlas... (incluso yo llegué a pronunciar una de ellas para la agrupación de Jóvenes Abogados, junto a mi amiga Rut Alvarez...).

Hay también un patio muy lindo, con miradores cerrado a la calle por un alto muro y portón, pero que yo veo desde mi casa, y donde a veces se han representado también obritas de teatro.

Cuando pases por la calle del Cañón, o de Príncipe de Vergara, o subas la Cuesta de las Monjas para ver el Teatro Romano, alza tu mirada a esas bellas formas de la casa Spottorno: son un pedazo de nuestra historia.

domingo, 29 de marzo de 2020

El año de la epidemia


La visión hiperrealista de la Gran Vía de Antonio López nos produce una emoción estética que nunca habría podido causarnos una fotografía.

Hasta hoy, cuando esa foto es perfectamente posible.

La visión de Antonio López es atroz porque no hay seres humanos, y en un lugar como la Gran Vía madrileña eso sólo puede significar que todos están (estamos) muertos.
(o bien porque estamos confinados por miedo a la epidemia, pero eso lo hemos sabido ahora)

A distancia (como fenómeno cultural), es la misma atrocidad que subyace en algo tan anodino como Cars, la película de dibujos animados de Pixar: presupone que ya no quedan humanos vivos.

Tras vivir estos días, no volveremos a ver imágenes como ésta de Antonio López con los mismos ojos.