lunes, 24 de agosto de 2015

Un 24 de agosto a las puertas de París.



La circunstancia de estar a las puertas de París, de que hoy sea 24 de agosto, y de que el tiempo haya virado bruscamente y esté lloviendo desde anoche, convirtiendo los campos en barrizales, tal como ocurrió este mismo día en 1944, me hace evocar la historia de aquel puñado de españoles integrantes de “la nueve”, la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de Leclerc que se lanzaron sobre París para auxiliar la rebelión que se había desencadenado pocos días antes y que estaba a punto de sucumbir por falta de municiones.

Un largo periplo había llevado hasta allí a aquellos soldados, combatientes por la República española que sufrieron la derrota y el terrible éxodo de la retirada hacia la frontera francesa en marzo de 1939; que fueron humillados como ganado en campos de concentración, de los que se evadieron alistándose en compañías de trabajo o en la Legión extranjera francesa, tras lo cual participaron anónimamente en todas las batallas decisivas que libró el ejército francés desde entonces: ellos fueron de los primeros en combatir en Narvik en 1940, donde derrotaron a los alemanes; camino de Dunkerque las compañías de trabajadores españoles recompusieron sus cadenas de mando, se armaron con el material abandonado en la desbandada general y se retiraron combatiendo, y aunque nadie se preocupó de embarcarlos rumbo a Inglaterra, muchos se las apañaron para colarse haciéndose pasar por soldados franceses (de hecho, el último barquito que arribó a la pérfida isla era de españoles, que habían reparado precariamente un bote acribillado a balazos y un gallego había sido capaz de improvisar una vela…)

Cuando en Londres apenas medio millar de soldados –pues muchos más, franceses, pidieron ser desmovilizados y repatriados- aclamaron a De Gaulle tras su famosa proclama del otoño de 1940 (“la guerra no ha terminado”), sépase que un número importante de ellos eran españoles, que allí estaban salvando el Honor ajeno.

Siguieron a la Francia Libre, sin ningún derecho a que les fuera reconocido un status propio –como tenían los polacos, los checos, los belgas…-.
Dio igual, ellos se lo ganarían con su coraje. Una pena que la República francesa haya tardado tanto en reconocerlos.

No se perdieron una. Lucharon en los peores sitios consiguiendo éxitos para la Francia Libre: allí estaban, en el campo atrincherado de Bir Hakeim en 1942, protagonizando una épica resistencia que paró los pies por vez primera a Rommel, reventando los panzer con botellas de gasolina una vez agotaron la munición para sus viejos cañones soixante-quinze (los 75 de la Gran Guerra), como habían aprendido a hacer en la guerra de España.
Y todo para que se salvara el VIII Ejército inglés, que no acudió en su auxilio.
Cuando les dijeron que podían cesar la resistencia lograron romper el cerco alemán por sus propios medios, marchando toda la noche a través de los campos minados.

Así que cuando Leclerc decidió desobedecer expresamente las órdenes del general Omar Bradley y lanzar una compañía sola para que entrara en París en apoyo de los desfallecientes resistentes, no dudó: iría la nueve. Al mando de  esta díscola compañía española había puesto a un tipo duro, a su mejor chef d’esquadron, Dronne, que se entendía muy bien con aquellos soldados: no en vano había luchado también como voluntario en la Guerra civil.

Sépase también que el camino hacia París no fue un camino de rosas. Los alemanes estaban bien atrincherados en los cruces y puntos clave, donde habían situado sus temibles cañones de 88 mm. Sólo el 24 de agosto la 2ª DB sufrió la friolera de 71 muertos y 225 heridos, y 35 blindados y otros 117 vehículos fueron destruidos. Cuando la nueve entró en París sólo le quedaban 3 Sherman, el resto eran semiorugas (los famosos half-track americanos).

La entrada en el centro de París fue apoteósica, pero durante años los semanarios franceses manipularon las fotos para que no se vieran los letreros rotulados en los half tracks, que delataban la verdadera nacionalidad de sus ocupantes: “España Cañí”, “Teruel”, “Belchite”, “Rosita”

(Dronne llevaba rotulado en su jeep Willys: Mort aux cons ! (Muerte a los gilipollas!). Cada vez que se tropezaba con él, Leclerc sonreía y le decía: “Dronne, ¿por qué quiere vd. matar a todo el mundo?”)

Alguien ha descrito la peligrosa situación en París aquél 24 de agosto como la overtura de una ópera: montones de gente entusiasmada hasta el delirio; de pronto violentos tiroteos que la dispersaban como por ensalmo; los párrocos movilizados desde la radio de la resistencia hacían tañer todas las campanas de París, silenciosas desde hacía cuatro años, incluidas las grandes de Nôtre-Dame; aquí y allí grupos que se arrancan a cantar La Marsellesa, cuya letra insufla coraje para hacer frente a los francotiradores:

“… que la sangre impura riegue nuestros campos”

En medio del caos de este día, el gran escritor Albert Camus intenta componer el editorial para Combat, el periódico clandestino de la Resistencia, en el cuchitril que le sirve de redacción. Y entonces todo lo que lleva vivido en los años de peligro, privaciones y silencio; y en los últimos agotadores días sin sueño, un cóctel hecho de abnegación, drama y euforia; todo cristaliza en una frase genial, una frase que a mi juicio sirve de epitafio para aquellos españoles de La Nueve:

“La grandeza del hombre estriba en su decisión de ser más fuerte que su condición”


Hoy en mi mesa brindo por ese puñado de soldados.