domingo, 21 de noviembre de 2010

Nocturno


en la oscuridad vuelan
leves como alas de murciélago
palabras
susurradas entre sueños
besos
huidizos
gemidos
de dolor
visiones
diálogos
pinceladas de Nymphéas

la ciudad huele a hombre dormido
los callejones a gatos
que comieran raspas
de luna reflejada en charcos
las fachadas
se yerguen siniestras
como panteones góticos
esperanza
negra góndola
(quimera entre piano y ataúd)

toda la ciudad la sueña un borracho y está surcada por un grito
porque tú no estás allí

sábado, 31 de julio de 2010

El tiempo ya no es lo que era




Contaba Julio César de sí mismo
que al cumplir los treinta años
recordó lo que a esa edad
había llegado a ser Alejandro,
y lloró.
La noticia tiene una intención meramente estética.
Yo no suelo tener ganas de llorar.
Ni siquiera he pensado
si alguna vez he renunciado
a ser todos los hombres que pude haber sido.
Todo ha sucedido
demasiado rápido.

jueves, 17 de junio de 2010


Variaciones normandas
Los niños hasta cierta edad no saben en qué día de la semana viven, y confunden el ayer con el pasado más remoto, lo que no significa que no sepan señalar los días, datándolos –como decían que era costumbre entre los babilonios, carentes de calendario– por algún hecho notable. Incluso son capaces de recordar caprichosamente la coincidencia de algún hecho notable para todos con un hecho sólo notable para un niño.
Así sucedió aquél verano. Los niños constataban que el inicio del día estaba determinado por determinadas variables: primero, si llovía o no, pues de eso dependía el que pudieran salir a jugar al jardín; en segundo lugar, y esto tiene menos lógica para el adulto, si había caído o no algún ratón en una de las tres trampas situadas en la cocina de la casa; y por último, si para desayunar había croissants o no había croissants, lo que dependía de que a primera hora alguien hubiera ido al pueblo vecino a la panadería, e incluso de que los niños se hubieran levantado antes de la salida del adulto y se los hubieran pedido.
Así, simplificando el cómputo infantil y confrontándolo con el adulto, éste podía ser el esquema de una semana cualquiera:
Lunes: +L+1R-C
Martes: +L-R+C
Miercoles: -L-R-C
Jueves: -L+2R+C
Viernes: +L+1R+C
Sábado: -L-R-C
Domingo: +L-R-C
Lo que significa, por ejemplo, que el lunes amaneció lloviendo, cayó un ratón en una trampa pero en el desayuno no hubo croissants, mientras que el jueves no llovió, cayeron dos ratones en las trampas y además hubo croissants.
Si un adulto hubiera controlado el establecimiento de estas series para la datación del tiempo hubiera preferido introducir un orden, de suerte que el pater familias inexorablemente proveyera su hogar de croissants por días alternos, o cada dos días. Sin embargo, y dado que el preciado croissant era un extra en la dieta y no siempre los niños se levantaban a tiempo de reclamar que les fuera comprado, la provisión de éstos no respondía a ninguna pauta, salvo que no pasaban demasiados días sin que hubiera croissants. Por último, si el pater familias de esta casa hubiese estado bajo la autoridad de algún pontífice o mandarín que hubiera decretado como justo para los hombres y grato a los dioses –ius et fas– la periódica adquisición de croissants –o la sagrada interdicción de consumirlos ciertos días de la semana–, sin duda habría sujetado su conducta a este mandato; pero al no ser así, aquél mantenía la frecuencia de adquisición en el más absoluto caos, pues puede constatarse por esta semana cogida al azar que ni siquiera el domingo podían los niños tener la certeza de que tendrían croissants.
No del mismo modo, pues el hombre aún no puede decidir cuándo debe llover, habría intentado el adulto reconocer pautas de repetición para la lluvia, vgr. siempre que llueve lo hace durante tres días seguidos, como antes decían los viejos delante de los niños que pegados al cristal veían la lluvia, y que sucedía cuando ésta se debía a un temporal, dato del que se informaba al niño, ignorante de que la lluvia hubiese genealogía, género o especie.
Sin embargo, en la semana que al azar hemos tomado, y como ocurre en los países donde llueve con frecuencia, la lluvia no permitía ningún tipo de reducción a pautas repetitivas –o éstas eran tan largas que sólo los más viejos eran capaces de reconocerlas, como cuando sentencian: este año es muy lluvioso, o la lluvia vendrá tarde este año–; hecho que causa la natural consternación en los eruditos, que suelen incurrir en el olvido de que si por un azar se repite una sucesión caótica, ésta se convierte en orden.
También habría parecido conveniente a un adulto que se viera obligado a medir el tiempo por el patrón lluvia/ratón/croissant que la captura de ratones estuviera sujeta a un orden. Sin embargo, este problema ha sido reputado insoluble por expertos mundiales de la talla de BORNMÜELLER y de KROPATSCHEK, quienes por separado han llegado a las mismas conclusiones, basadas en el siguiente desarrollo: si se capturara la misma cifra de ratones todos los días o no se capturara ratón alguno todos los días, el factor ratón debería ser eliminado del patrón, pues no constituiría un fenómeno con variaciones apreciables. Sentado lo anterior a efectos puramente teóricos, dado que de hecho no todos los días se capturan ratones, se llega no obstante a la frustrante conclusión de que la captura de ratones no puede ser reducida a patrones razonables. Lo ideal sería que se capturara un ratón cada dos días, o sólo los jueves –posiblemente tendría un gran valor ejemplar que sólo se capturasen ratones los lunes y los viernes, pero los autores de esta conjetura no nos han explicado en su obra1 el porqué de esta obviedad, contra la cual hemos de elevar nuestra más respetuosa pero enérgica protesta–; y se podría forzar uno de estos principios instalando las trampas solamente los días establecidos, lo que impediría que se pudieran capturar ratones en un día nefas y/o limitando el número de trampas para no exceder el número de ejemplares capturados. También se podría intentar regularizar la captura de ratones criando éstos en abundancia y soltándolos luego, pero esto, amén de originar un grave problema de higiene pública, constituye una insensatez mayúscula que además no garantiza que se alcanzara la regularidad.
Lamentablemente los ratones se niegan a sujetarse a pauta alguna no ya en sus apariciones, sino en su disposición a caer en las trampas.
Por tanto, el patrón que comentamos para la datación del tiempo se basa en el más puro azar. Su ámbito de vigencia no pasa del hogar de referencia, pues si bien la lluvia es un fenómeno que puede ser percibido a veces en extensiones muy grandes, vgr. un país entero, es harto improbable2 que en esas mismas extensiones todos los ciudadanos con responsabilidades parentales hayan tomado la misma decisión en torno a adquirir o no croissants para sus hijos; y que globalmente hayan tenido la misma pauta de capturas de ratones.
De otro lado, y reducido por tanto a una familia este patrón de cómputo del tiempo, o a varias familias que vivieran bajo el mismo techo, con o sin invitados; si efectivamente prescindieran del calendario usual y adoptasen el que comentamos, posiblemente al cabo de unas pocas semanas perderían totalmente la noción del tiempo, aún cuando intentaran influir en la variable más fácilmente manipulable por el adulto: la adquisición de croissants, sujetando ésta a cierta periodicidad.
Es más, la adopción general por parte de todos los ciudadanos de este sistema de cómputo del tiempo que comentamos –y que humildemente nos permitimos proponer a V.E.– acarrearía grandes beneficios a la república, pues habida cuenta del potencial de angustia y nerviosismo que la conciencia del tiempo produce en las personas mayores, la adopción del patrón lluvia/ratón/croissant lograría que todo el mundo llegase a perder el tiempo.
Normandía, en un día de verano lluvioso sin ratón ni croissant (creo que coincide con el 20 de agosto de 2008 del calendario gregoriano, pero no estoy seguro).
Que los dioses guarden a V.E. muchos años.
-Miguel Pouget-
AL SR. MINISTRO DE FOMENTO DEL REINO.
Notas:
1 Por todos, vid. KROPATSCHEK, F. Prolegomena zu einer Kritischen Ausgabe von Nordmandisches variationen. Imprenta de Ambrosius Bärth, Leipzig, 1934, p. 465 y ss.
2 “... pero no imposible para un día imponderable”, según BORNMÜELLER (Gustav Aloysius BORNMÜELLER, Untersuchungen zur Nordmandisches Variationen Theorie, Berna, 1940, p. 168).

lunes, 14 de junio de 2010

In memoriam Eugenio Martínez Pastor



Eugenio Martínez Pastor ha muerto. No puedo dar testimonio de él, pues no me cuento en la nómina de sus amigos. Siempre le observé a distancia, por el pudor de los años que nos separaban, de un abismo generacional frente al que no supe tender puentes.
Sin embargo, él tuvo la generosidad de regalarme algunos de sus libros, y esto, unido a lo que otros me contaban de él a lo largo de los años, hizo que me formara la impresión que inspira estas líneas.
Con Eugenio Martínez Pastor muere un rebelde, un heterodoxo, un hombre que pudo ser cualquier cosa, pero nunca fue mediocre; y esto, en una ciudad donde la mansedumbre y la mediocridad son hoy señas de identidad. Por esa razón tuvo muchos detractores. Todo lo malo que escuché sobre él no disminuyó mi respeto; y es que a uno le honran tanto los amigos como los enemigos.
Sin duda una ciudad como Cartagena produce outsiders; el tránsito por esos corredores solitarios es amargo, y al final de ese camino bien puede esperarnos la risa estúpida del loco, como decía Rimbaud. Pero Eugenio no perdió el norte: ahí están sus escritos, que merecen seguir siendo leídos, y que abarcan, por su insaciable curiosidad, desde el recetario de cocina hasta el género mayor de la novela (la muy recomendable “Los Armenteros”), pasando por aquélla obrita de juventud, Teoría del Sureste, que tantas veces oí citar, y que leída hoy tras ser adquirida en una librería de viejo, me transmitió con su inmadurez la luz de esta tierra. Porque Eugenio, al igual que su hermano Manuel y otros compañeros de generación, han tenido siempre la honradez de escribir, nunca conocieron el absurdo prejuicio que afecta a mi generación y que hace que eludamos tan saludable ejercicio, o recurramos al sucedáneo del “post” en un foro de internet (que es a la Literatura lo que el pincho de tortilla a la Gastronomía), que puede apuntar inteligencia, pero fácilmente puede impostarla. Por eso estos hombres son valiosos. Hace años que en medio de este erial que es Cartagena, mandada por incapaces, con una oposición política aún más incapaz, echo de menos a más hombres como él, como ellos.
Sé que en su juventud, en los años cincuenta, veló con frecuencia sus noches componiendo manualmente en la imprenta de la calle Balcones Azules unos primorosos libritos ilustrados por él mismo y por otros ilustres amigos como Alonso Luzzy o Gabriel Navarro con poemas de César Vallejo, Pablo Neruda... esto, en esos años, requería más coraje y desde luego más esfuerzo que publicar un blog en internet hoy.
Un día me dijo que qué podíamos esperar de un pueblo que se pasa la vida creyendo, pero no pensando, por lo del hábito de decir “yo creo esto o lo otro”, jamás el “yo pienso”, el “je pense que...” tan habitual en los franceses. Es un ejercicio de sociología metalinguística que usó frecuentemente Ortega, y en cualquier caso, no es superficial, es inteligente.
Eugenio Martínez Pastor fue jurista: se dedicó a esta bella y dura profesión de abogado.
Lo mejor que puedo decir de él en este sentido, y al decirlo pienso en mis alumnos de la Escuela de Práctica Jurídica, es que nos ha dejado reflexiones atinadísimas que se sobreponen a lo meramente circunstancial y entrañan una síntesis brillante.
Para los jóvenes abogados que -aún hoy, benditos sean- se escandalizan porque la policía esposa a un inmigrante ilegal que no ha cometido ningún delito salvo el de ser pobre y estar sucio, o porque no arresta a un ricachón sorprendido robando, o porque el juez de instrucción trata con rigor y desconsideración a un marginal mientras que procura archivar la causa a ese mismo ricachón; para esos jóvenes abogados, decía, Eugenio dejó escrito que todas esas conductas, que todos esos actos y resoluciones no son errores, constituyen horrores, pero no son errores, sino manifestaciones de cómo la clase hegemónica utiliza el derecho para imponer su dominación sobre las demás.
Chuck Berry decía que al final todos nosotros estamos a merced de esos hombres elegantes de ojos castaños (brown eyed handsome man) que se sientan en los estrados; es otra forma de expresar lo mismo. Chuck Berry le puso muy buena música, pero Eugenio nos lo contó mejor. Descanse en paz.