lunes, 14 de junio de 2010

In memoriam Eugenio Martínez Pastor



Eugenio Martínez Pastor ha muerto. No puedo dar testimonio de él, pues no me cuento en la nómina de sus amigos. Siempre le observé a distancia, por el pudor de los años que nos separaban, de un abismo generacional frente al que no supe tender puentes.
Sin embargo, él tuvo la generosidad de regalarme algunos de sus libros, y esto, unido a lo que otros me contaban de él a lo largo de los años, hizo que me formara la impresión que inspira estas líneas.
Con Eugenio Martínez Pastor muere un rebelde, un heterodoxo, un hombre que pudo ser cualquier cosa, pero nunca fue mediocre; y esto, en una ciudad donde la mansedumbre y la mediocridad son hoy señas de identidad. Por esa razón tuvo muchos detractores. Todo lo malo que escuché sobre él no disminuyó mi respeto; y es que a uno le honran tanto los amigos como los enemigos.
Sin duda una ciudad como Cartagena produce outsiders; el tránsito por esos corredores solitarios es amargo, y al final de ese camino bien puede esperarnos la risa estúpida del loco, como decía Rimbaud. Pero Eugenio no perdió el norte: ahí están sus escritos, que merecen seguir siendo leídos, y que abarcan, por su insaciable curiosidad, desde el recetario de cocina hasta el género mayor de la novela (la muy recomendable “Los Armenteros”), pasando por aquélla obrita de juventud, Teoría del Sureste, que tantas veces oí citar, y que leída hoy tras ser adquirida en una librería de viejo, me transmitió con su inmadurez la luz de esta tierra. Porque Eugenio, al igual que su hermano Manuel y otros compañeros de generación, han tenido siempre la honradez de escribir, nunca conocieron el absurdo prejuicio que afecta a mi generación y que hace que eludamos tan saludable ejercicio, o recurramos al sucedáneo del “post” en un foro de internet (que es a la Literatura lo que el pincho de tortilla a la Gastronomía), que puede apuntar inteligencia, pero fácilmente puede impostarla. Por eso estos hombres son valiosos. Hace años que en medio de este erial que es Cartagena, mandada por incapaces, con una oposición política aún más incapaz, echo de menos a más hombres como él, como ellos.
Sé que en su juventud, en los años cincuenta, veló con frecuencia sus noches componiendo manualmente en la imprenta de la calle Balcones Azules unos primorosos libritos ilustrados por él mismo y por otros ilustres amigos como Alonso Luzzy o Gabriel Navarro con poemas de César Vallejo, Pablo Neruda... esto, en esos años, requería más coraje y desde luego más esfuerzo que publicar un blog en internet hoy.
Un día me dijo que qué podíamos esperar de un pueblo que se pasa la vida creyendo, pero no pensando, por lo del hábito de decir “yo creo esto o lo otro”, jamás el “yo pienso”, el “je pense que...” tan habitual en los franceses. Es un ejercicio de sociología metalinguística que usó frecuentemente Ortega, y en cualquier caso, no es superficial, es inteligente.
Eugenio Martínez Pastor fue jurista: se dedicó a esta bella y dura profesión de abogado.
Lo mejor que puedo decir de él en este sentido, y al decirlo pienso en mis alumnos de la Escuela de Práctica Jurídica, es que nos ha dejado reflexiones atinadísimas que se sobreponen a lo meramente circunstancial y entrañan una síntesis brillante.
Para los jóvenes abogados que -aún hoy, benditos sean- se escandalizan porque la policía esposa a un inmigrante ilegal que no ha cometido ningún delito salvo el de ser pobre y estar sucio, o porque no arresta a un ricachón sorprendido robando, o porque el juez de instrucción trata con rigor y desconsideración a un marginal mientras que procura archivar la causa a ese mismo ricachón; para esos jóvenes abogados, decía, Eugenio dejó escrito que todas esas conductas, que todos esos actos y resoluciones no son errores, constituyen horrores, pero no son errores, sino manifestaciones de cómo la clase hegemónica utiliza el derecho para imponer su dominación sobre las demás.
Chuck Berry decía que al final todos nosotros estamos a merced de esos hombres elegantes de ojos castaños (brown eyed handsome man) que se sientan en los estrados; es otra forma de expresar lo mismo. Chuck Berry le puso muy buena música, pero Eugenio nos lo contó mejor. Descanse en paz.

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