jueves, 17 de junio de 2010


Variaciones normandas
Los niños hasta cierta edad no saben en qué día de la semana viven, y confunden el ayer con el pasado más remoto, lo que no significa que no sepan señalar los días, datándolos –como decían que era costumbre entre los babilonios, carentes de calendario– por algún hecho notable. Incluso son capaces de recordar caprichosamente la coincidencia de algún hecho notable para todos con un hecho sólo notable para un niño.
Así sucedió aquél verano. Los niños constataban que el inicio del día estaba determinado por determinadas variables: primero, si llovía o no, pues de eso dependía el que pudieran salir a jugar al jardín; en segundo lugar, y esto tiene menos lógica para el adulto, si había caído o no algún ratón en una de las tres trampas situadas en la cocina de la casa; y por último, si para desayunar había croissants o no había croissants, lo que dependía de que a primera hora alguien hubiera ido al pueblo vecino a la panadería, e incluso de que los niños se hubieran levantado antes de la salida del adulto y se los hubieran pedido.
Así, simplificando el cómputo infantil y confrontándolo con el adulto, éste podía ser el esquema de una semana cualquiera:
Lunes: +L+1R-C
Martes: +L-R+C
Miercoles: -L-R-C
Jueves: -L+2R+C
Viernes: +L+1R+C
Sábado: -L-R-C
Domingo: +L-R-C
Lo que significa, por ejemplo, que el lunes amaneció lloviendo, cayó un ratón en una trampa pero en el desayuno no hubo croissants, mientras que el jueves no llovió, cayeron dos ratones en las trampas y además hubo croissants.
Si un adulto hubiera controlado el establecimiento de estas series para la datación del tiempo hubiera preferido introducir un orden, de suerte que el pater familias inexorablemente proveyera su hogar de croissants por días alternos, o cada dos días. Sin embargo, y dado que el preciado croissant era un extra en la dieta y no siempre los niños se levantaban a tiempo de reclamar que les fuera comprado, la provisión de éstos no respondía a ninguna pauta, salvo que no pasaban demasiados días sin que hubiera croissants. Por último, si el pater familias de esta casa hubiese estado bajo la autoridad de algún pontífice o mandarín que hubiera decretado como justo para los hombres y grato a los dioses –ius et fas– la periódica adquisición de croissants –o la sagrada interdicción de consumirlos ciertos días de la semana–, sin duda habría sujetado su conducta a este mandato; pero al no ser así, aquél mantenía la frecuencia de adquisición en el más absoluto caos, pues puede constatarse por esta semana cogida al azar que ni siquiera el domingo podían los niños tener la certeza de que tendrían croissants.
No del mismo modo, pues el hombre aún no puede decidir cuándo debe llover, habría intentado el adulto reconocer pautas de repetición para la lluvia, vgr. siempre que llueve lo hace durante tres días seguidos, como antes decían los viejos delante de los niños que pegados al cristal veían la lluvia, y que sucedía cuando ésta se debía a un temporal, dato del que se informaba al niño, ignorante de que la lluvia hubiese genealogía, género o especie.
Sin embargo, en la semana que al azar hemos tomado, y como ocurre en los países donde llueve con frecuencia, la lluvia no permitía ningún tipo de reducción a pautas repetitivas –o éstas eran tan largas que sólo los más viejos eran capaces de reconocerlas, como cuando sentencian: este año es muy lluvioso, o la lluvia vendrá tarde este año–; hecho que causa la natural consternación en los eruditos, que suelen incurrir en el olvido de que si por un azar se repite una sucesión caótica, ésta se convierte en orden.
También habría parecido conveniente a un adulto que se viera obligado a medir el tiempo por el patrón lluvia/ratón/croissant que la captura de ratones estuviera sujeta a un orden. Sin embargo, este problema ha sido reputado insoluble por expertos mundiales de la talla de BORNMÜELLER y de KROPATSCHEK, quienes por separado han llegado a las mismas conclusiones, basadas en el siguiente desarrollo: si se capturara la misma cifra de ratones todos los días o no se capturara ratón alguno todos los días, el factor ratón debería ser eliminado del patrón, pues no constituiría un fenómeno con variaciones apreciables. Sentado lo anterior a efectos puramente teóricos, dado que de hecho no todos los días se capturan ratones, se llega no obstante a la frustrante conclusión de que la captura de ratones no puede ser reducida a patrones razonables. Lo ideal sería que se capturara un ratón cada dos días, o sólo los jueves –posiblemente tendría un gran valor ejemplar que sólo se capturasen ratones los lunes y los viernes, pero los autores de esta conjetura no nos han explicado en su obra1 el porqué de esta obviedad, contra la cual hemos de elevar nuestra más respetuosa pero enérgica protesta–; y se podría forzar uno de estos principios instalando las trampas solamente los días establecidos, lo que impediría que se pudieran capturar ratones en un día nefas y/o limitando el número de trampas para no exceder el número de ejemplares capturados. También se podría intentar regularizar la captura de ratones criando éstos en abundancia y soltándolos luego, pero esto, amén de originar un grave problema de higiene pública, constituye una insensatez mayúscula que además no garantiza que se alcanzara la regularidad.
Lamentablemente los ratones se niegan a sujetarse a pauta alguna no ya en sus apariciones, sino en su disposición a caer en las trampas.
Por tanto, el patrón que comentamos para la datación del tiempo se basa en el más puro azar. Su ámbito de vigencia no pasa del hogar de referencia, pues si bien la lluvia es un fenómeno que puede ser percibido a veces en extensiones muy grandes, vgr. un país entero, es harto improbable2 que en esas mismas extensiones todos los ciudadanos con responsabilidades parentales hayan tomado la misma decisión en torno a adquirir o no croissants para sus hijos; y que globalmente hayan tenido la misma pauta de capturas de ratones.
De otro lado, y reducido por tanto a una familia este patrón de cómputo del tiempo, o a varias familias que vivieran bajo el mismo techo, con o sin invitados; si efectivamente prescindieran del calendario usual y adoptasen el que comentamos, posiblemente al cabo de unas pocas semanas perderían totalmente la noción del tiempo, aún cuando intentaran influir en la variable más fácilmente manipulable por el adulto: la adquisición de croissants, sujetando ésta a cierta periodicidad.
Es más, la adopción general por parte de todos los ciudadanos de este sistema de cómputo del tiempo que comentamos –y que humildemente nos permitimos proponer a V.E.– acarrearía grandes beneficios a la república, pues habida cuenta del potencial de angustia y nerviosismo que la conciencia del tiempo produce en las personas mayores, la adopción del patrón lluvia/ratón/croissant lograría que todo el mundo llegase a perder el tiempo.
Normandía, en un día de verano lluvioso sin ratón ni croissant (creo que coincide con el 20 de agosto de 2008 del calendario gregoriano, pero no estoy seguro).
Que los dioses guarden a V.E. muchos años.
-Miguel Pouget-
AL SR. MINISTRO DE FOMENTO DEL REINO.
Notas:
1 Por todos, vid. KROPATSCHEK, F. Prolegomena zu einer Kritischen Ausgabe von Nordmandisches variationen. Imprenta de Ambrosius Bärth, Leipzig, 1934, p. 465 y ss.
2 “... pero no imposible para un día imponderable”, según BORNMÜELLER (Gustav Aloysius BORNMÜELLER, Untersuchungen zur Nordmandisches Variationen Theorie, Berna, 1940, p. 168).

No hay comentarios:

Publicar un comentario