jueves, 3 de marzo de 2011















Réquiem por las Cajas de Ahorro o la nueva historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

La historia de las últimas décadas de las Cajas de Ahorro españolas es una historia muy corriente: imagínense a un chico de provincias, un poco pacato, de los que van a misa los domingos y fiestas de guardar, que guarda en su alcancía el dinero que le dan sus padres y sus tíos, que hace los deberes todos los días, etc. pero que cuando empieza a salir de noche se siente acomplejado porque se ve poco mundano.
Y entonces se echa unos amigotes, unos señoritos muy simpáticos, con mucha pasta y muy sofisticados, que le dicen cómo debe de vestir, que le exhortan a que gaste mucho más de lo que gasta, le dicen que no se preocupe de nada y le inspiran confianza. Y al final a ese pobre chico lo pervierten, lo aficionan a los vicios y a las fulanas, se gasta lo suyo y lo del vecino, y cuando se ve al borde del abismo, se da cuenta de que se ha quedado solo, que sus amigotes de crápula tenían los riñones bien cubiertos y sobre todo, muchas influencias, mientras que él sigue siendo un pobre e ignorante provinciano.
Las Cajas de Ahorro todavía representan una peculiaridad de nuestro sistema financiero; en su día los barones de la banca se referían a ella denominándola anomalía, una anomalía que consiste en que una elevada cuota del mercado financiero español está ocupada por unas entidades que no pertenecen a nadie. Y se dice esto porque no tienen dividendos que repartir, no hay accionistas privados y no cotizan en bolsa.
Además, esos extraños seres sin dueño no tienen ánimo de lucro, tienen la obligación legal de destinar un porcentaje de sus beneficios a fines de interés social y cultural (por ley deben dedicar un mínimo del 50% de sus beneficios a un fondo para asegurar su solvencia y el resto a la Obra Social; normalmente, se destina entre el 60% y el 70% a dicho fondo) lo que hace que una parte del dinero que invertimos en ellas revierta al procomún, contrariando esa magnética propiedad del dinero que es la de acumularse en forma de capital y sustraerse a la redistribución de la riqueza.
Por esa razón, de un modo u otro desde el propio sistema financiero se incentivó a las Cajas a adoptar un rol que jamás había sido el suyo, y muchos directivos ambiciosos hicieron carrera usando de las cajas con esa falta de escrúpulos tan característica de la banca.
¿Y hoy toca financiar subprime? Nosotros los primeros, con la cuota más alta del mercado si hace falta.
Hace años me causó indignación que una conocida caja de ahorros ofreciera un fondo de inversión que la propia caja había fundado y domiciliado en la Isla de Gran Cayman.
Al director de la oficina le causaba extrañeza mi actitud, pero yo le insistía en que una entidad de interés social como una caja no podía invertir en un paraíso fiscal constituido no por las ansias nacionalistas de los habitantes de esa remota república, sino por el interés de los muy ricos por ser aún más ricos, por el interés de éstos en no pagar impuestos y en que grandes sumas de dinero se sustraigan a la redistribución de la riqueza y alcancen de paso la opacidad que ciertas operaciones inconfesables precisan.
Eso está bien para un banco, pero no era ético que una caja hiciera esas cosas.
Y en este seguidismo suicida está la clave de la ruina de las cajas, en haberse trasuntado en bancos, renunciando a ser un tertium genus dentro del sistema, con personalidad y objetivos propios y diferenciados. Y con su proyección local ¿por qué no? Esa es también una forma de descentralización.
Pero los partidos políticos también han puesto su granito de arena. Es un secreto a voces que debido al control que ejercen regionalmente en los consejos de las cajas, éstas se han dedicado a financiar a fondo perdido las campañas electorales, declarando luego fallidos los préstamos. O han financiado proyectos tan emblemáticos como ruinosos apoyados por los políticos regionales de turno. No pondremos ejemplos.
Sin duda este tipo de actividades han pesado, y mucho, en las cuentas de las cajas.
Pero vista la utilidad que éstas tenían para los partidos políticos, cabe preguntarse qué le habrá prometido la banca a éstos para que le hayan servido la cabeza de las cajas en una bandeja. Seguro que no ha sido la promesa de financiar conciertos, teatro o conferencias culturales.
Pues eso representa la reforma operada por el Real Decreto­ley 11/2010, de 9 de julio, de órganos de gobierno y otros aspectos del régimen jurídico de las Cajas de Ahorros, y las recientes medidas tendentes a acelerar el proceso de reforma. Con ésta se establecen una serie de cuestiones encaminadas, se mire por donde se mire, a privatizar a las cajas y convertirlas en bancos comerciales al uso:
-permite emitir cuotas participativas, es decir, acciones como en las sociedades anónimas, por un valor no superior al 50% del patrimonio de la entidad;
-establece la incompatibilidad de los cargos públicos electos para ser miembros de los órganos de dirección y se impide la participación de representantes de la administración ejecutiva en los órganos de gobierno de las entidades.
-las entidades podrán ejercer su actividad indirectamente a través de un banco y podrán optar por traspasarle el patrimonio sujeto a la actividad financiera, así como transformarse en una fundación renunciando a su condición de caja.
Sin duda esto es un remedio si se considera que el no ser de nadie es algo malo. Sin embargo, podemos objetar a tal planteamiento que lo que no es de nadie en realidad pertenece a todos, al procomún, así que esta peculiaridad de poseer unas entidades de crédito sin dueño es un bien en sí mismo que deberíamos preservar, aunque propugnando que estas entidades, en vez de tirarse sin paracaídas siguiendo a la banca en sus maniobras, sean un modelo de banca social, un referente de transparencia, de buenas prácticas, que sirva para luchar eficazmente contra esa desvergonzada tradición asociada al sector de comisiones ilegales, cláusulas abusivas, etc. etc.
Y desde luego esto no se va a conseguir convirtiéndose en o perteneciendo a un banco.
Lo que también parece haberse olvidado es que miles de poblaciones de España, incluso ciudades de cierto tamaño, tienen una agenda cultural más que razonable gracias a las cajas de ahorro. Lo mismo cabe decir de proyectos de utilidad social de toda índole.
Un banco no es una ONG: ni tiene por qué ni va a dedicar un porcentaje apreciable de sus beneficios a proyectos sociales y culturales (aunque seguro que lo poco que inviertan lo venden muy bien, el marketing es lo suyo), así que la metamorfosis de las cajas traerá consigo una merma muy apreciable en este sentido.
Esto nos introduce a la segunda objeción que podemos formular contra la reforma: ¿Es que el modelo de la banca convencional va a remediar los problemas de las cajas de ahorro? Los promotores de la reforma parecen hacer abstracción de que es precisamente la banca la responsable de la crisis que hoy padecemos maniobrando con una irresponsabilidad criminal y lanzando a este país a una espiral monetarista que vamos a tardar muchos años en digerir, fundamentalmente porque las arcas del Estado han quedado exhaustas con la ayuda al sistema financiero (unos 150.000 millones de euros), lo que de paso constituye una infamia sin precedentes: en vez de depurar responsabilidades, en vez de investigar las causas de esa situación, se premia a sus responsables entregándoles el dinero de los ciudadanos.
Hoy se cuentan por cientos los empresarios que no pueden aguantar la situación, que deben despedir a sus plantillas, que no pueden pagar a sus proveedores, que tampoco pueden acceder al crédito, que no tienen dinero ni para plantear el concurso de acreedores. Esto le va a costar a más de uno la extensión de la responsabilidad de sus sociedades a sus propias personas, y por tanto su ruina más cierta, la pérdida de todo aquéllo por lo que han luchado.
Nadie les va a ayudar.
Su error es no ser bancos. Si se es banquero a uno no se le juzga: se puede actuar con total impunidad, haciendo bueno el dicho de que en España lo que es de tontos es hacerla pequeña, porque cuanto más gorda la haces, más impune queda. Los fiscales y la policía están demasiado ocupados persiguiendo a los ladronzuelos de poca monta mientras unos pocos nos traen la ruina.
Esos pocos tienen vocación de ser los únicos, y el mejor camino para lograrlo es la desaparición o desnaturalización de las cajas de ahorro. Esto restringirá la oferta, y por tanto la competencia, consagrando la tendencia al oligopolio que caracteriza al sector.
Pero como en España rige la más absoluta perversión de las cosas, en vez de solucionar el problema obligando a las Cajas a sanearse, sí, pero permaneciendo en el procomún, y aún reforzando sus consejos rectores con una mayor presencia de los impositores, a través de asociaciones de consumidores y otros operadores sociales, en suma, a ser ellas mismas y no a trasuntarse en bancos convencionales, se hace justamente lo contrario, es decir, se las va a convertir en bancos y se va a permitir su total privatización.
Esto es como si se hallase al buen Dr. Jekyll, y bajo la excusa de curarle por haber tomado la pócima que le convertía en el malvado Mr. Hyde se le diera un atracón de esa misma pócima, para estar bien seguros de que ya nunca más volverá a ser el Dr. Jekyll, y se quede ya para siempre siendo su malvado alter ego.
Me hubiera gustado escribir un artículo en un tono más amable, pero no puedo: los tiempos no son nada amables; diera la impresión de que los que nos gobiernan nos toman por una sarta de imbéciles.
Podemos augurar que en el plazo de unos cinco años no va a quedar ninguna caja tal como hoy las conocemos, al igual que en el mismo plazo es posible que nos falte un buen pedazo del estado del bienestar que aún hoy disfrutamos, porque es la misma corriente la que arrastra a la ruina a ambos. Pero recordemos que nuestra Constitución de 1978 aún proclama, anacrónica, en su artículo 1 que España es un Estado social y democrático de Derecho ¿Quién se cree ésto ya?

1 comentario:

  1. Sí, lo de las Cajas es realmente maravilloso. Unos ejemplos reales: un presidente promotor inmobiliario, que se autoceoncede préstamos por valor de 70 millones de euros, un vicepresidente con estudios primarios, de profesión conserje (de una caja, eso sí). ¿De verdad justifica este despilfarro y esta sinvergonzonería que nos pongan en CUenca un ciclo de John Ford en primavera? Yo prefiero bajarme las pelis de internet y que los centenares (exactamente, centenares) de golfos que gestionan las cajas se vayan a su casa.

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