lunes, 3 de enero de 2022

Carmen Bastida

 


Hacemos con nuestros allegados un poco lo que los jíbaros hacían con las cabezas de sus enemigos: los reducimos a una miniatura, a un breve sketch.

Acaso yo incurra en el mismo vicio escribiendo aquí y a vuelapluma que ayer, 27 de diciembre, ha muerto mi madre, Carmen Bastida García -hoy ya sólo cenizas-, pues con lo poco que diga, corro el riesgo de humillar su memoria.

Fue una mujer excepcional por muchas razones: mis hermanos y mis muchos primos lo saben de sobra, pues a lo largo de sus 95 años de vida nos inundó a todos con su amor y su profunda sensatez.

Esto es tanto más reseñable por cuanto su vida no fue fácil. Asumámoslo: normalmente, la adversidad no nos hace mejores.

El Resentimiento y la Envidia forman parte intangible de nuestra constitución, son vicios que trascienden la esfera del individuo y llegan a contaminar  incluso el funcionamiento de las instituciones.

Mamá fue huérfana a muy temprana edad.

(este trauma le dejó una pena inconsolable, que nunca superó totalmente; meses antes de morir, aún se le llenaban los ojos de lágrimas recordando la pérdida tan temprana de sus padres. Algunas fotos y sus recuerdos nos han transmitido la imagen de los abuelos Miguel y Joaquina, que se amaron y amaron a sus hijos. Eran de origen humilde, y a fuerza de inteligencia y tesón lograron prosperar. Él fue un industrial hecho a sí mismo, honrado y fiel a la palabra dada. De ella, muy religiosa, nos recordaba mamá la imagen cotidiana rezando el rosario con sus hijos)

Sus ojos de niña contemplaron los bombardeos y otros horrores durante la Guerra civil. 

(me contaba que vió a milicianos quemando estampas e imágenes religiosas expoliadas de parroquias, lo que la acongojaba; cuando sonaban las alarmas antiaéreas debian acudir sin demora al refugio que había a unos cientos de metros de su casa, en Ciudad Jardín, que aún estaba en pié cuando yo era niño y jugaba por allí; pero su hermana Lola y ella preferían escapar al Almarjal, la zona de pantanos y juncos, y su tumbaban en el suelo a ver el espectáculo fascinante de los bombarderos rugientes y lanzando razimos de bombas, mientras desde los castillos, baterías de costa y buques de la Armada los antiaéreos disparaban masivamente, formando un espectáculo colosal de ruido y luz, con las trayectorias a rayas discontinuas de las balas trazadoras. Se tumbaban en el suelo porque creían, ingenuamente, que así la metralla no las alcanzaría; el peligro no eran sólo las bombas, sino los cientos de miles de proyectiles antiaéreos que luego caían al suelo y podían matar. De hecho, en uno de los bombardeos la casa familiar en la calle 18 sufrió el impacto de algunos de esos proyectiles perdidos) 

Después soportó con dignidad las penurias de la postguerra; pero sus hermanas y hermanos cerraron filas, la criaron como a una hija y lo afrontaron todo: la prisión injusta del hermano mayor por ser militar fiel a la República, la muerte del esposo de otra en el submarino C4....

Y luego tuvieron muchos hijos, que crecimos, ignorantes de cómo era el mundo, disfrutando de varias madres y aún de varios padres, tal era el amor que nos profesaban, pues mis tías y mis tíos eran prolongación natural de mis propios padres, y en sus casas no sentíamos extrañeza alguna, ni cortapisa.

La gran familia Bastida se convirtió así en una gens protectora formidable, mucho más fiable que el Estado y sus recursos, y sutilmente nos educó con valores que nos han dado lo mejor que conservamos.

Mamá y sus hermanos -ella ha sido la última- eran además personas liberales, ajenas a cualquier fanatismo o estupidez, inteligentes, que siguieron evolucionando toda su vida.

Siempre que tengo que afrontar una decisión difícil no necesito más que pensar  qué haría en tal situación mamá, o mi tío Pedro, o mi tío Mariano, e invocar esos parangones jamás me falló.

Mamá se declaraba católica, y yo jugaba a declararla hereje, discutiendo malévolamente con ella hasta hacer que negase el misterio de la Transubstanciación de la Sangre y la Carne de Cristo: "pero hijo, eso es simbólico, ¿quién puede creerse que eso sea carne y sangre de verdad? ¡Ni que fuéramos caníbales!".

Mamá se declaraba católica, y hoy, un hijo que perdió hace mucho la fe musita la oración que ella nos enseñara y nos pidió para el día de su muerte: descubro que uso una vieja fórmula ya obsoleta del Padrenuestro.

Mamá, descansa en paz.

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