Guardo desde 1998 esta
fotografía. Posee la virtud de conmoverme siempre. No sólo la
imagen, que es muy poderosa; también las palabras que el anciano
pronunció. Todo ello se publicó en un semanario gráfico, versión
aligerada de un trabajo de más calado sobre antiguos soldados de la
Gran Guerra que aún vivían ochenta años después del fin del
conflicto. Todos centenarios, los últimos testigos vivos de aquél
aquelarre.
Este hombre se llamaba
Hans Lange, y era alemán. Sostiene un retrato suyo de 1915. La
mirada luminosa de ese adolescente, epítome de todas las bellas
miradas, se apagó en 1916. Un soldado francés le lanzó una granada
de mano que le cegó y mutiló el rostro. Perdió el ojo derecho
inmediatamente, y tres años después la visión del izquierdo.
Con cien años cumplidos,
los recuerdos de Hans Lange regresaban a esos días obsesivamente.
Dicen que en la ancianidad a veces la memoria juega así con
nosotros, nos devuelve con toda viveza los recuerdos más remotos,
como si nos hiciera penetrar en un bucle.
Hans Lange también
soñaba, padecía una pesadilla recurrente en la que aquella granada
estallaba una y otra vez.
“Creo que siempre
esperé a aquel soldado”, dijo; “al soldado que me hirió”.
Un miedo interminable.
Después de lanzar las granadas, los soldados entraban en la
trinchera enemiga y despachaban a bayoneta o a disparos a sus
enemigos. Ese era el rol de las tropas de asalto, que no en vano
poseían la siniestra denominación de “limpiadores de trincheras”
(nettoyeurs de tranchées).
Herido y conmocionado,
Lange esperó ser ejecutado por aquel soldado francés que, sin
embargo, nunca llegó.
Mientras convalecía y se
quedaba totalmente ciego, Hans Lange se doctoró en filosofía. Pasó
el resto de su vida como profesor.
Decía: “Para mí, el
imperativo categórico de Emmanuel Kant es el bien cultural más
precioso de los alemanes. Expresa la vida según una ley moral que
enseña la universalidad de la razón contra la oscuridad, la mentira
y la guerra. La paz contra la violencia. El derecho contra la fuerza.
Esta es la ley moral que permite distinguir el bien del mal cuando el
hombre pierde su noción.”
Para Lange la guerra es
la peor de las abominaciones. “Deberíamos leer continuamente el
tratado de Kant Sobre la paz perpetua.
Pero el mundo está muy lejos de Kant. De nada han servido las
matanzas del siglo XX”.
Este opúsculo sigue
siendo una de las más desconocidas creaciones de Kant, autor al que
estudiamos pero nunca leímos: los clásicos de la literatura y del
pensamiento duermen un sueño de mármol en inaccesibles anaqueles. O
eso hemos aceptado.
El peso de la Crítica
de la razón pura desplaza la
curiosidad sobre el resto de su obra, que encierra lecturas más
ligeras y ágiles, como la muy recomendable Los sueños de
un visionario, refutación de su
extravagante contemporáneo Swedenborg, que creía hablar con los
ángeles, y el tratado Sobre la paz perpetua,
que es un libro sumamente atípico. Para empezar, remeda un texto
jurídico, no filosófico. Se postula -y se anticipa- como una de
esas leyes modelo que adopta la ONU para que sean copiadas por las
naciones. No está exenta de humor o ironía: por un lado, en su
brevísima nota preliminar se nos advierte que su título nada tiene
que ver con un cartel con el mismo lema que según se decía entonces
(en 1804), estaba colgado en una taberna holandesa y mostraba un
cementerio; de otro, por su propia estructura, compuesta de secciones
y artículos con su comentario... y hasta un protocolo secreto,
que propone garantizar que los filósofos sean escuchados antes de
una guerra por los políticos, y en cuya glosa nos advierte que “...
no hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean
reyes, como tampoco hay que desearlo, porque la posesión del poder
daña inevitablemente el libre juicio de la razón”.
Si siguiéramos el
consejo del profesor Lange, el menos perspicaz de los lectores
concluiría que las ideas que Kant expone sobre una república
mundial están presentes en la arquitectura jurídica de la Unión
Europea, o de la Organización de las Naciones Unidas... Pero no hay
más que hacer repaso de la política de las últimas décadas, o
leer los papeles de wikileaks para
constatar la veracidad de las palabras de Hans Lange: estamos muy
lejos de Kant. Por no hablar de la realidad española, desangrada por
la corrupción, y donde algunos -demasiados- vuelven el rostro hacia
los cantos de sirena del nacionalismo, la apoteosis de lo tribal, uno
de los ingredientes explosivos de la guerra de 1914.
Sí,
estamos muy lejos de Kant.
Con todo, comprendí que
el énfasis de Hans Lange en este opúsculo estriba en una idea
capital:
la paz debe ser
instaurada
No puede ser un mero
ideal. Y esto sólo puede hacerse suprimiendo fronteras y apostando
por políticas de igualdad social. Es palmario que esta idea se abrió
camino en hombres como Jean Monnet o Adenauer. Pero es dudoso que
inspire a los políticos actuales de Europa, de una mediocridad
similar o peor a la de aquellos que condujeron a las hogueras de 1914
y 1939; a esos políticos como los de nuestro país, que han alienado
a varias generaciones de jóvenes ciudadanos con la superstición de
que no puede haber política distinta al diktakt de
entidades tan turbias como el poder financiero, el burdo “lo dice
europa”, el banco central europeo, el FMI... no puede haber
política, pero sí nacionalismo, ese opio otra vez.
Sí, estamos muy lejos de
Kant, que nunca aceptó el optimista postulado de Rousseau acerca de
la bondad innata del hombre, pero que tampoco cayó en la desolación
moral de Hobbes, que crea el Leviatán para
que inspire temor a una humanidad esencialmente perversa.
Volvamos a la foto. Es
mérito de un francés, Didier Pazery. Decía líneas atrás que
formaba parte de un trabajo más amplio que aquél artículo, un
libro -inédito en España, ya descatalogado en Francia- que se
tituló 24 Visages sur la Grande Guerre,
y que este verano encontré en una librería del boulevard Saint
Germain.
Este año que ya acaba es
el centenario del inicio de la Gran Guerra, lo que ha generado un
número incontable de conmemoraciones sobre la efemérides y ha
devuelto actualidad a este valioso trabajo. Por esa razón ha sido
rescatado para una exposición que tuvo lugar en la estación del
Este de París, entre el 23 de junio y el 30 de noviembre, titulada
14 visages et vestiges de la Grande Guerre.
El
escenario ha sido el más adecuado; la vieja gare de l'Est está
asociada a multitud de fotos de época que muestran el trasiego de
miles de soldados que se dirigían o regresaban del frente; el tiempo
en tránsito, sea en aquellos ferrocarriles, sea en nuestros
aeropuertos, es otra tierra de nadie, transición a la muerte o
regreso a la vida de la retaguardia, al vientre de la mujer.
A veces me duele el mundo
entero, me aterroriza la inmensa abyección del mono loco; nosotros
somos los inventores de todos los demonios, de todas las iniquidades,
los muñidores de todo sufrimiento, de toda destrucción, de toda
crueldad.
La dignidad y la
serenidad de Hans Lange son bálsamo en las horas más oscuras, como
éstas de la madrugada en las que, insomne, escribo.